Primera fase: pulsiones sexuales y pulsiones del yo
(1894-1911)
Freud distinguió entre pulsiones de autoconservación o del
yo, y pulsiones sexuales.
Las pulsiones de autoconservación eran tendientes a la
preservación del individuo, mientras que las sexuales preservaban la especie.
Desde 1894
a 1897 esta distinción no fue
explicita sino en forma de una teoría de la afectividad. El organismo estaba
gobernado por la tendencia a mantener el nivel de excitación más bajo posible,
para evitar una tensión desagradable. En esta época estaba adherido a un
enfoque neurológico, y la teoría de las neurosis presentaba gran importancia a
los hechos físicos, pasados o presentes. El conflicto neurótico se producía por
reales deseos de carácter sexual que eran incompatibles con el yo debido a la
penosa idea o emoción que los acompaña. Los síntomas eran el compromiso
resultante del conflicto entre el yo y tales ideas.
De 1897 a
1911, con el descubrimiento de las fantasías y la universalidad del
complejo de Edipo, se condujo a un cambio en lo que anteriormente se situaba en
lo traumático real hacia la fantasía, derivadora de ideas y deseos. Con ello,
Freud postuló un conflicto entre los traumas sexuales o libidinales, y los de
autoconservación, a los que en 1918 llamaría pulsiones del yo, entre los
impulsos conscientes e inconscientes.
Freud concebía al yo como consciente.
Las pulsiones del yo subordinadas a la necesidad de
autoconservación del yo, eran la fuerza represora, mientras que las pulsiones
sexuales eran la fuerza represora, mientras que las pulsiones sexuales eran la
fuerza reprimida que trata de llegar a la consciencia y lograr satisfacción.
Las pulsiones sexuales
La función sexual se apuntala sobre una función corporal,
vinculada con la conservación del ser vivo.
El apuntalamiento de la pulsión en la función es un proceso
que tiene su arquetipo en el modelo de la oralidad, que muestra dos tiempos:
- La succión del pecho (alimenticia)
- El chupeteo (goce sexual)
Simultáneamente con la satisfacción de la función nutricia
comienza a aparecer un proceso sexual. Muy pronto la necesidad de volver a
hallar la satisfacción se separa de la necesidad nutritiva.
Las pulsiones sexuales son plásticas, tienen la capacidad
de cambiar los fines, sustituir una satisfacción por otra, y la facultad de
aplazamiento (pulsiones de fin inhibido).
Las pulsiones de autoconservación
Las pulsiones de autoconservación, también llamadas
pulsiones del yo, se ligan a las pulsiones corporales que se practican par la
conservación de la vida del individuo, sirven a los fines de la especie. Tienen
la significación de la autoconservación del yo, siendo éste como instancia, el
agente encargado de la conservación del individuo. Las funciones del yo son más
aptas para funcionar según el principio de realidad.
Segunda fase: introducción del concepto de narcisismo
(1911-1914)
Es aquí donde se introduce el concepto de narcisismo como
amor a sí mismo, y viendo que el yo es capaz de atraer la libido hacia sí
pareció perder interés la división entre pulsiones del yo y pulsiones sexuales.
Sin embargo Freud pensaba que aparte del componente libidinal de las pulsiones
del yo, habría un componente no libidinal, al que denomino interés.
Tercera fase: Pulsiones de dominio (1915-1920)
En esta fase la agresión considerada anteriormente como un
componente de la pulsión sexual fue asignada a las pulsiones del yo no
libidinales, en la forma de una pulsión de dominio sobre el mundo exterior.
Esta mayor relevancia de la agresión vino de la
consideración de la ambivalencia de amor/odio, de los cuales no deben ser
considerados pulsiones, sino emociones, o actitudes del yo (propia persona).
Habló también de un interés general del yo, ratificando la
existencia de impulsos no libidinales.
Cuarta fase: Pulsiones de vida y pulsiones de muerte
(1920-1939)
Se mantiene aquí la antítesis entre pulsiones sexuales y
agresivas, pero reformuladas como pulsiones de vida (Eros), que comprendían las
pulsiones del yo y las sexuales, y las pulsiones de muerte (Thánatos).
La pulsión de muerte aparece como un nuevo tipo de pulsión,
que no tenía lugar en las clasificaciones anteriores. Nacen de la revisión de
las neurosis traumáticas, de los sueños y de las reacciones terapéuticas
negativas.
Freud observó que existe una repetición compulsiva,
repetitiva que no se subordina al principio del placer.
Considera que esta compulsión
a la repetición se debía a
una característica pulsional. Esta formulación situó los conceptos de sadismo y
masoquismo, no ya como componentes de la libido agresiva, sino al masoquismo
como una tendencia primaria, una evidencia de la pulsión de muerte en el
interior del individuo.
Pulsión de muerte
Freud consideró a la pulsión de muerte como la pulsión por
excelencia, en la medida en que en ella se realiza el carácter repetitivo de la
pulsión.
La pulsión de muerte no se manifiesta en estado puro, sino
que se encuentra fusionada en grados variables con la pulsión de vida.
La pulsión de muerte tiene una tendencia hacia la
destrucción de las unidades vitales, a la nivelación radical de las tensiones y
al retorno al estado inorgánico, que se considera como el estado de reposo
absoluto.
Las pulsiones de muerte se dirigen primero hacia adentro y
tienden a la autodestrucción.
Posteriormente se dirigen hacia afuera, hacia el exterior,
manifestándose como pulsión agresiva o destructiva.
Pulsiones de vida
Se contraponen a las de muerte. Tienden a construir
unidades cada vez más amplias.
El principio subyacente a las pulsiones de vida es la
ligazón, la unión.
El fin del Eros es construir unidades cada vez mayores y,
por consiguiente, en conservarlas.
De este modo la vida se manifestaría como un conflicto, una
transacción entre Eros y Thánatos.
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