Advenimiento del
Conductismo
En 1912, los
psicólogos objetivistas arribaron a la conclusión de que ya no podía
satisfacerlos seguir trabajando con las fórmulas de Wundt.
Sentían que los
treinta años estériles transcurridos desde el establecimiento de su
laboratorio, habían probado terminantemente que la llamada psicología
introspectiva de Alemania se fundaba sobre hipótesis falsas; que ninguna
psicología que incluyese el problema religioso mente–cuerpo, podría alcanzar
jamás resultados “verificables”. Decidieron que era preciso renunciar a la
psicología o bien transformarla en una ciencia natural. Veían cómo sus colegas
científicos progresaban en la medicina, en la química, en la física. Todo
descubrimiento en esos campos revestía importancia capital; cada nuevo elemento
que se lograba aislar en un laboratorio podía serlo asimismo, en otro; cada
nuevo testimonio: la mención de la radiotelefonía, el radium, la insulina, la
tiroxina. Elementos así aislados y métodos así formulados empezaron a servir de
inmediato en la realización humana.
Programa del
Conductismo
El conductista se
pregunta: ¿Por qué no hacer lo que podemos observar el verdadero campo de la
psicología? Limitémonos a lo observable, y formulemos leyes sólo relativas a
estas cosas. Ahora bien: ¿qué es lo que podemos observar? Podemos observar la
conducta —lo que el organismo hace o dice. Y apresurémonos a señalar que hablar
es hacer, esto es, comportarse. El hablar explícito o con nosotros mismos
(pensar) representa un tipo de conducta exactamente tan objetiva como el
béisbol.
La regla o
cartabón que el conductista jamás pierde de vista es: ¿puedo describir la
conducta que veo, en términos de “estímulo y respuesta”? Entendemos por
estímulo cualquier objeto externo o cualquier cambio en los tejidos mismos
debidos a la condición fisiológica del animal; tal como el que observamos
cuando impedimos a un animal su actividad sexual, le privamos de alimento, no
le dejamos construir el nido. Entendemos por respuesta todo lo que el animal
hace, como volverse hacia o en dirección opuesta a la luz, saltar al oír un
sonido, o las actividades más altamente organizadas, por ejemplo, edificar un
rascacielos, dibujar planos, tener familia, escribir libros, etc.
Algunos problemas específicos del Conductismo
Es dable advertir,
pues, que el conductista trabaja como cualquier otro hombre de ciencia. Su
único objeto es reunir hechos tocantes a la conducta —verificar sus datos—,
someterlos al examen de la lógica y de la matemática (los instrumentos propios
de todo científico). Lleva al recién nacido a su “nursery” experimental y
empieza a plantear problemas: ¿qué hace ahora el niño? ¿Cuál es el estímulo que
lo indique a comportarse así? Encuentra que el estímulo de los cosquilleos en la
mejilla provoca la respuesta de hacerle volver la boca hacia el lado
estimulado. El estímulo del pezón, la succión. El estímulo de una vara sobre la
palma de la mano, el cierre de la mano; y si se levanta la vara, la suspensión
de todo el cuerpo por ésta y el brazo. Si estimulamos al niño haciendo pasar
rápidamente una sombra delante de sus ojos, no provocaremos su parpadeo hasta
que tenga sesenta y cinco días de vida. Si lo estimulamos con una manzana, un
caramelo o cualquier otro objeto, no hará tentativa alguna de alcanzarlos hasta
aproximadamente los ciento veinte días de existencia. Si a un niño
correctamente criado, cualquiera sea su edad, lo estimulamos con serpientes,
peces, oscuridad, papel encendido, pájaros, gatos, perros, monos, no
conseguimos suscitar el tipo de respuesta que llamamos “miedo” (y a la cual
para ser objetivos podríamos designar reacción X), que se manifiesta en
detenimiento de la respiración, rigidez de todo el cuerpo y desvío de la fuente
de estímulo: un correr o gatear para alejarse de ella.
Por otra parte,
existen con toda exactitud dos estímulos que indefectiblemente promueven la
respuesta de miedo: un sonido fuerte y la pérdida de base de sustentación.
Ahora bien, por la
observación de niños criados fuera de su “nursery”, el conductista sabe que
centenares de cosas despiertan respuestas de miedo, surge pues esta cuestión
científica; si al nacer, únicamente dos estímulos provocan el miedo, ¿cómo es
posible que esas otras cosas logren producirlo? Adviértase que la pregunta no
es de índole especulativa. Cabe satisfacerla mediante experimentos; los
experimentos son susceptibles de reiterarse, y si la observación original es
correcta se obtendrán iguales resultados en cualquier otro laboratorio. Con un
sencillo ensayo se lo puede comprobar.
Si se muestra una
serpiente, un ratón o un perro a una criatura que nunca haya visto estos
objetos ni se la haya atemorizado de otra manera, empezará a tocarlo
apretujando esa o aquella parte. Repítase esta prueba durante diez días hasta obtener
una razonable seguridad de que la criatura se acercará siempre al perro, que
nunca huirá de él (reacción positiva) y de que éste jamás provocará una
respuesta de miedo. En estas condiciones se toma una barra de acero a espaldas
del niño y se golpea fuertemente. De inmediato aparecerán las manifestaciones
de miedo. Entonces, pruébese lo siguiente: en el momento en que se le enseña el
animal, y justamente cuando empieza a aproximarse, golpéese de nuevo la barra
del mismo modo. Repítase el experimento tres o cuatro veces. Se manifestará un
cambio novedoso e importante; ahora, el animal provoca la misma respuesta que
la barra de acero —una respuesta de miedo. En el conductismo denominamos este
hecho respuesta emocional condicionada, una forma de reflejo condicionado.
Nuestros estudios
acerca de los reflejos condicionados nos permiten explicar el temor de la
criatura al perro sobre la base de una ciencia completamente natural, sin
apelar a la conciencia ni a ninguno de los denominados procesos mentales. Un
perro se aproxima con rapidez al niño, le salta encima, lo derriba y al mismo
tiempo ladra fuertemente. A menudo, basta una combinación de esta índole para
que la criatura huya del animal apenas lo vea.
Hay muchos otros
tipos de respuestas emocionales condicionadas, como las que se relacionan con
el amor, cuando la madre al acariciar a su niño, al arrullarlo, al estimular
sus órganos sexuales durante el baño, y mediante otras operaciones similares,
provoca el abrazo y el gorjeo como una respuesta original no aprendida. Pronto
esta reacción se torna condicionada. La mera visión de la madre produce la
misma clase de respuesta que el contacto físico real. En la ira tenemos una
serie de hechos análogos. el impedir los movimientos de los miembros del niño, provoca
la respuesta originaría no aprendida que llamamos “ira”. No tarda en ocurrir
que la mera presencia de una niñera que lo trate con brusquedad baste para
suscitar un acceso de cólera. Es dable comprobar pues, cuán relativamente
simples son al principio nuestras respuestas emocionales, y cuán terriblemente
las complica pronto la vida del hogar.
El conductista
tiene asimismo sus problemas en lo tocante al adulto. ¿Qué métodos hemos de
utilizar sistemáticamente a fin de condicionar al adulto? ¿Por ejemplo, para
enseñarle hábitos de trabajo, hábitos científicos? Ambas categorías, los
manuales (técnica y habilidad) y los laríngeos (hábitos de hablar y pensar)
habrán de establecerse y relacionarse antes que se complete el aprendizaje. Una
vez formados estos hábitos de trabajo, ¿con qué sistema de estímulos variables
debemos rodearlo si queremos mantener el nivel de eficiencia y su aumento
constante?
Además del
problema de los hábitos profesionales, se plantea el de su vida emocional.
¿Cuál es la parte que trasciende su infancia? ¿Cuál estorba su adaptación
actual? ¿Cómo podemos hacer para que la elimine? Es decir: ¿desacondicionarlo
cuando ello resulte necesario, o condicionarlo cuando el condicionamiento lo
sea? En verdad, sabemos muy poco acerca de la cantidad y calidad de los hábitos
emocionales o, mejor, viscerales (con este término entendemos que el estómago,
los intestinos, la respiración y la circulación se condicionan, forman
hábitos), que debieran crearse. Sabemos que existe gran número y que son importantes.
Probablemente la
mayoría de los adultos de este mundo nuestro, sufre vicisitudes en su vida
familiar y en sus negocios que se deben más a pobres e insuficientes hábitos
viscerales que a la falta de técnica y habilidad en sus actividades manuales y
verbales. En el presente, uno de los relevantes problemas en las grandes
organizaciones es el de “la adaptación de la personalidad”. Al ingresar en las
organizaciones comerciales, los jóvenes de ambos sexos tienen adecuada
capacidad para desempeñar sus tareas, mas fracasan por no adaptarse a los
demás.
¿Excluye esa
orientación algo propio de la psicología?
Después de este
breve examen de la orientación conductista en lo tocante a los problemas de la
psicología, podría decirse: “Bien, vale la pena estudiar la conducta humana de
esta manera, pero el estudio de la conducta no es toda la psicología. Omite
demasiado. Acaso no tengo sensaciones, percepciones, conceptos? ¿No olvido y
recuerdo cosas e imagino otras? ¿No tengo imágenes visuales y auditivas de
cosas anteriormente vistas u oídas? ¿No veo y oigo cosas que nunca he visto ni
oído en la naturaleza? ¿No puedo estar atento o desatento, según la
circunstancia? ¿Algunas cosas no despiertan en mí placer, y disgusto otras? El
conductismo pretende privarnos de todo cuanto desde la más tierna infancia ha
constituido para nosotros un artículo de fe”.
A causa de la
formación en psicología introspectiva, según acontece con la mayoría, es lógico
que se planteen estas consideraciones y se encuentre difícil apartarse del
antiguo vocabulario para empezar a delinear una nueva vida psicológica en los
términos del conductismo. El conductismo es vino nuevo y no puede entrar en
odres viejos. Momentáneamente convendrá apaciguar el natural antagonismo y
aceptar el programa conductista, por lo menos hasta compenetrarse con mayor
profundidad en esta ciencia. Entonces notará que ha progresado tanto en el
conductismo que las preguntas que ahora formula se contestarán por sí mismas de
una manera perfectamente satisfactoria y científica. A continuación debemos
agregar que si el conductista se le interroga qué entiende por los términos
subjetivos que empleamos habitualmente, caería en un mar de contradicciones.
Inclusive podría convencerle de que lo ignora. Los aplicaba sin analizarlos;
integraba su tradición social y literaria.
Para comprender el
Conductismo es necesario comenzar por la observación de la gente
Este es el punto
de partida fundamental del conductismo. Muy pronto se descubrirá que la
auto–observación, además de no ser la manera más fácil y natural de estudiar
psicología, resulta simplemente imposible. Dentro de nosotros mismos sólo
podemos comprobar las formas más elementales de respuesta. Por el contrario,
cuando empezamos a estudiar lo que hacen nuestros vecinos advertimos que
rápidamente adquirimos experiencia para clasificar su conducta y crear
situaciones (presentar estímulos) que lo harán comportarse de una manera
previsible para nosotros.
Definición del
Conductismo
En el presente,
las definiciones no son tan populares como lo fueron en otras épocas. La
definición de cada ciencia, de la física, por ejemplo, necesariamente tendría
que incluir la de todas las demás. Esto mismo vale respecto del conductismo.
Todo cuanto en la actualidad podemos hacer para definir una ciencia es, casi,
describir un círculo alrededor de aquel sector de la ciencia natural que
reclamamos de nuestro dominio.
El conductismo
—según queda entendido a través de nuestra exposición preliminar—, es, pues,
una ciencia natural que se arroga todo el campo de las adaptaciones humanas. Su
compañera más íntima es la fisiología. En efecto, conforme avancemos en este
sentido, podríamos llegar a preguntarnos si es posible diferenciar el
conductismo de esa ciencia. En realidad, sólo difiere de la fisiología en el
ordenamiento de sus problemas; no en sus principios fundamentales ni en su
punto de vista central. La fisiología se interesa especialmente en el
funcionamiento de las partes del animal; por ejemplo, el sistema digestivo,
circulatorio, nervioso, los sistemas secretorios, la mecánica de las reacciones
nerviosas y musculares. En cambio, aunque muy interesado en el funcionamiento
de dichas partes, al conductismo le importa intrínsecamente lo que el animal
—como un todo— hace desde la mañana hasta la noche y desde la noche hasta la
mañana.
El interés del
conductista en las acciones humanas significa algo más que el del mero
espectador; desea controlar las reacciones del hombre, del mismo modo como en
la física los hombres de ciencia desean examinar y manejar otros fenómenos
naturales. Corresponde a la psicología conductista poder anticipar y fiscalizar
la actividad humana. A fin de conseguirlo, debe reunir datos científicos
mediante procedimientos experimentales. Sólo entonces al conductista experto le
será posible inferir, dados los estímulos, cuál será la reacción; o, dada la
reacción, cuál ha sido la situación o estímulo que la ha provocado.
Examinaremos por
un momento más de cerca estos dos términos: estímulo y respuesta.
¿Qué es un estímulo?
Si, de improviso,
dirijo al ojo una luz intensa, la pupila se contraerá rápidamente. Si, de
improviso, apagara toda la iluminación de un cuarto en el que se encuentra una
persona, sus pupilas comenzarían a dilatarse. Si, de improviso, a sus espaldas
disparara un tiro de pistola, daría un sacudón y probablemente volvería la
cabeza. Si, de improviso, se soltara sulfito de hidrógeno en un ambiente
cerrado, las personas que estuviesen en él se apresurarían a taparse la nariz y
acaso también tratarían de huir. Si, de improviso, aumentara en forma sensible
la temperatura de un ambiente, quienes se encontraran en él empezarían a
desabrocharse el saco y a transpirar. Si, de improviso, la hiciera bajar de
súbito, provocaría una reacción diferente.
Además, en nuestro
interior tenemos un campo igualmente vasto en el que los estímulos pueden
ejercer su efecto. Por ejemplo, momentos antes de comer, los músculos del
estómago principian a contraerse y a dilatarse rítmicamente por la carencia de
alimento. En cuanto se lo ingiere, las contracciones cesan. Tragando un pequeño
globo y comunicándolo con un instrumento registrador, podemos determinar con
facilidad la reacción del estómago a la falta de alimento y la ausencia de
reacción en presencia del mismo. En el macho, de todos modos, la presión de
ciertos fluidos (semen) es susceptible de conducir a la actividad sexual. En el
caso de la hembra, la presencia de ciertos cuerpos químicos también puede
fácilmente provocar una manifestación sexual explícita. Los músculos de
nuestros brazos, piernas y busto no sólo están sujetos a los estímulos
procedentes de la sangre; asimismo son estimulados por sus propias reacciones,
o sea, el músculo se encuentra en estado de constante tensión; cualquier
aumento de ésta, verbigracia, al realizarse un movimiento, despierta un
estímulo y motiva otra reacción en ese músculo o en otro ubicado en alguna
parte distante del cuerpo; cualquier disminución de dicha tensión, como cuando
el músculo se relaja, constituye análogamente un estímulo.
Comprobamos, pues,
que el organismo se halla de continuo sometido a la acción de los estímulos
—que llegan por la vista, el oído, la nariz y la boca— los denominados objetos
de nuestro medio; al mismo tiempo, también el interior de nuestro cuerpo se halla
en cada instante sometido a la acción de estímulos nacidos de los cambios en
los tejidos mismos. ¡Por favor, no se piense que en su interior el cuerpo es
distinto o más misterioso que en su exterior!
A través del
proceso de la evolución humana los seres han desarrollado órganos sensoriales
—áreas especializadas como los ojos, orejas, nariz, lengua, epidermis y
conductos semicirculares en la que determinados tipos de estímulos son
sumamente efectivos. A éstos hay que agregar todo el sistema muscular, los
músculos estriados (por ejemplo, los largos músculos rojos de los brazos,
piernas y busto), y lisos (por ejemplo, los que participan en la estructura
hueca, semejante a un tubo, del estómago, intestinos y vasos sanguíneos). Los
músculos no son, pues, órganos de reacción únicamente, sino también
sensoriales. Luego veremos que los dos últimos sistemas ejercen enorme
influencia en la conducta humana. Muchas de nuestras reacciones más íntimas y
personales se deben a los estímulos creados por cambios en el tejido de
nuestros músculos estriados y vísceras.
Cómo el
aprendizaje multiplica los estímulos
Uno de los
problemas del conductismo es el que cabría denominar “la multiplicación
continua de los estímulos”, a los cuales responde el individuo. En verdad, esta
cuestión es tan compleja que, a primera vista, podríamos sentirnos tentados a
dudar de lo aseverado más arriba: que es posible prever la reacción. Si se
vigila el crecimiento y el desarrollo del ser humano, se observará que si bien
gran cantidad de estímulos provoca reacciones en el recién nacido, muchos otros
no despiertan ninguna. Sea como fuere, no determinan una reacción igual a la
que promueven más tarde. Por ejemplo, no se consigue mucho enseñando a un
infante un lápiz, un papel o la partitura de una sinfonía de Beethoven. En
otras personas, antes que ciertos estímulos puedan ejercer su influencia es
indispensable que se forme un hábito. Luego trataremos el procedimiento
mediante el cual nos es dable lograr que estímulos comúnmente sin reacciones, las
provoquen. El término que de ordinario empleamos para describir este
procedimiento es “condicionamiento” (conditioning). En el capítulo II hablaremos
con mayor extensión de las “reacciones condicionadas”.
Es el
condicionamiento, desde la más tierna infancia, lo que dificulta tanto al
conductista poder anticipar cuál será una determinada reacción. Por lo regular,
la vista de un caballo no suscita una reacción de miedo y, sin embargo, en un
grupo de 30 a 40 personas casi siempre se encuentra alguna que caminará una
cuadra de más a fin de eludirlo. El estudio del conductismo nunca facultará a
sus cultores para denunciar la existencia de tal estado de cosas con sólo mirar
a una persona. No obstante, si el conductista advierte esta reacción, es muy
fácil para él señalar aproximadamente qué situación de la primera infancia del
sujeto pudo provocar ese tipo de reacción poco frecuente en el adulto. A pesar
de lo arduo que resulta predecir en sus detalles cuáles serán las reacciones,
insistimos, en general, en la teoría de que nos es dado anunciar con antelación
qué hará nuestro vecino. Es la única base sobre la cual nos es posible alternar
con el prójimo.
¿Qué entiende el
Conductismo por respuesta?
Hemos puesto ya de
relieve que, desde el nacimiento hasta la muerte, el organismo es atacado por
estímulos en su parte exterior y por estímulos, engendrados en el cuerpo mismo.
Responde. Se mueve. La respuesta puede ser tan leve que únicamente sea susceptible
de observarla mediante instrumentos. Podrá limitarse a un mero cambio en la
respiración, o a un aumento o disminución de la presión arterial. Acaso no
suscite más que un movimiento del ojo. Empero, las reacciones más comúnmente
observadas son los movimientos de todo el cuerpo, de los brazos, piernas,
tronco o combinaciones de todas las partes movibles.
Por lo regular,
aunque no siempre, la respuesta del organismo al estímulo trae aparejada una
adaptación. Por adaptación sólo entendemos que el organismo, al moverse, altera
su estado fisiológico de tal manera que el estímulo no provoca ya reacciones.
Este concepto acaso parezca un tanto complicado, pero algunos ejemplos lo
aclaran. En la persona hambrienta las contracciones del estómago la estimulan a
andar incesantemente de un lado a otro. Si mientras se mueve sin descanso,
divisa manzanas en un árbol, trepa a él de inmediato, las tantea y empieza a
comerlas. Cuando está harta, las contracciones cesarán, y aunque a su alrededor
cuelguen otras manzanas no las tomará. Otro ejemplo: el aire frío me estimula.
Me muevo de un lado a otro hasta conseguir resguardarme del viento. En campo
abierto, quizá podría cavar un hoyo. Una vez guarecido, el viento ya no provoca
en mi reacción alguna. Bajo la excitación sexual, el macho puede hacer
cualquier cosa para capturar una hembra complaciente. Satisfecha ya la
actividad sexual, el incansable movimiento de búsqueda concluye. La hembra deja
de estimular al macho.
A menudo se ha
criticado al conductista el énfasis que pone en la respuesta. A lo que parece,
algunos psicólogos creen que el conductista está exclusivamente interesado en
registrar íntimas respuestas musculares. Nada más erróneo. Insisto en que al
conductista le importa primordialmente la conducta del hombre como un todo. Lo
vigila de la mañana a la noche en el desempeño de sus tareas diarias. Si está
poniendo ladrillos, desearía contar el número que es capaz de colocar en
diferentes condiciones; determinar hasta cuándo podría seguir sin rendirse de
cansancio; cuánto tiempo emplea para aprender su tarea; la posibilidad de
acrecentar su eficacia u obtener que realice idéntica cantidad de trabajo en
menor tiempo. En otras palabras, la contestación que importa al conductista se
sintetiza en la sensata solución a este problema: ¿qué ésta haciendo y por qué
lo está haciendo? Tras esta enunciación, seguramente nadie podrá desvirtuar el
programa del conductista hasta el punto de permitirse sostener que es un mero
fisiólogo del músculo.
El conductista
afirma que todo estímulo efectivo tiene su respuesta, y que ella es inmediata.
Por estímulo efectivo entendemos el estímulo suficientemente fuerte para vencer
la normal resistencia al pase del impulso sensorial desde los órganos de los
sentidos a los músculos. En este punto es preciso no confundirse por lo que
suelen decir el psicólogo y el psicoanalista. Si leemos sus exposiciones,
cabría suponer que el estímulo puede aplicarse hoy y provocar su efecto tal vez
mañana, o quizá en los próximos meses o años. El conductista no cree en estas
concepciones mitológicas. Es cierto que podrá presentarse un estímulo verbal
como éste: “Nos encontraremos mañana a la una en el Ritz para almorzar”. La
contestación inmediata es: “De acuerdo; no faltaré”. Ahora bien, ¿qué sucede
luego? Es preferible no intentar aún avanzar sobre este punto difícil, pero
séanos permitido señalar que en nuestros hábitos verbales existe un mecanismo
en virtud del cual es estímulo se renueva de momento en momento hasta tanto ocurra
la reacción final: “Ir al Ritz al día siguiente a la una”.
Clasificación
general de la respuesta
Las dos
clasificaciones sensatas de la respuesta son: “externa”, “interna” —o acaso
sean mejores los teorías “abierta” (explícita) e “implícita”. Entendemos por
respuestas externas o explícitas los actos ordinarios del ser humano:
inclinarse para alzar una pelota de tenis, escribir una carta, entrar en un
auto y comenzar a manejar, cavar un hoyo en la tierra, sentarse a preparar una
conferencia, bailar, flirtear con una mujer, hacerle el amor a la esposa. Para
efectuar estas observaciones no necesitamos instrumentos. Más las respuestas
pueden hallarse completamente confinadas en los sistemas musculares y
glandulares del interior del cuerpo. Supongamos un niño o una persona mayor con
hambre que se encuentra de pie, inmóvil delante de una vidriera repleta de
confituras. La primera observación de quien lo mire, podrá ser; “¡No hace
nada”” o “simplemente mira las confituras”. Un instrumento demostraría que sus
glándulas salivales segregan, que su estómago se contrae y dilata rítmicamente,
y que se están produciendo notables cambios en la presión arterial —que las
glándulas endocrinas están vertiendo sustancias en el torrente sanguíneo. Las
respuestas internas o implícitas son arduas de observar, no porque ellas sean
esencialmente distintas de las exteriores o explícitas, sino sólo a causa de
que están ocultas a la mirada.
Otra clasificación
general es la de respuestas aprendidas y no aprendidas. He mencionado antes el
hecho de que la serie de estímulos ante los cuales reaccionamos aumenta
incesantemente. Merced a su estudio, el conductista ha descubierto que la
mayoría de los actos que vemos cumplir al adulto son realmente aprendidos.
Solíamos pensar que muchos de ellos eran “instintivos”, es decir, “no
aprendidos” —pero ahora nos encontramos a punto de desechar la palabra
“instinto”—. Sin embargo, llevamos a cabo muchas cosas sin necesidad de
aprenderlas: transpirar, respirar, hacer que nuestro corazón palpite, que
nuestra digestión se efectúe, que nuestros ojos se dirijan a una fuente de luz,
que las pupilas se contraigan, manifestar miedo ante un sonido fuerte.
Conservemos, pues, como segunda clasificación: “respuestas aprendidas”
—suponiendo que incluyen todos nuestros hábitos complicados y todas nuestras
respuestas condicionadas—; y respuestas “no aprendidas”, entendiendo por ellas
cuantas ya realizamos en la primera infancia antes que el proceso de
condicionamiento y la formación de hábitos predominen.
Otra manera,
puramente lógica, de clasificar las respuestas es la de caracterizarlas por el
órgano sensorial que las origina. Así, verbigracia, tenemos una respuesta
visual no aprendida —por ejemplo, el pequeño que al nacer dirige la vista a una
fuente luminosa—. Opuesta a ella, una respuesta visual aprendida: la respuesta
a una pieza musical impresa o a una palabra. Podría, además, darse una
respuesta kinestésica no aprendida; el infante que reacciona llorando a causa
de haber tenido un brazo torcido durante un largo rato. Estaríamos frente a una
respuesta kinestésica aprendida si manipulamos un objeto delicado en la
oscuridad, o caminamos por un laberinto. Asimismo, podemos tener una respuesta
visceral no aprendida; el llanto provocado en una criatura de tres días por las
contracciones del estómago debidas a falta de alimento. Comparémosla con la
respuesta visceral aprendida o condicionada; la visión de pasteles en la
vidriera de una confitería que le hace agua la boca a un estudiante hambriento.
Esta disgresión
acerca del estímulo y la respuesta suministra una idea del material con que
hemos de trabajar en psicología conductista, y por qué ésta se propone como
meta el que dado el estímulo, poder predecir la respuesta o, viendo qué
reacción tiene lugar, inferir cuál es el estímulo que la ha provocado.
¿Es el conductismo
una mera orientación metodológica en el estudio de los problemas psicológicos,
o constituye un verdadero sistema de psicología?
Sí —puesto que no
halla un testimonio objetivo de su existencia— la psicología dejase de lado los
términos “mente” y “conciencia”, ¿qué sería de la filosofía y de las llamadas
ciencias sociales que actualmente se asientan sobre esos conceptos? Casi a
diario se interroga en este sentido al conductista; a veces en forma de
amistosa averiguación, otras, no tan cordialmente. Cuando el conductismo
luchaba por su supervivencia, temía contestar dicha pregunta. Sus concepciones
eran sobradamente novedosas; sus campos harto vírgenes para permitirse siquiera
pensar que algún día podría erguirse y decir a la filosofía y a las ciencias
sociales que también ellas debían revisar sus premisas. Por ello, cuando así se
le preguntaba, la única réplica de que disponía el conductista era ésta: “Ahora
no puedo preocuparme de tales cuestiones. El conductismo es en la actualidad
una vía satisfactoria para arribar a la solución de problemas psicológicos”. En
el presente el conductismo está fuertemente atrincherado. Encuentra que su modo
de encarar el estudio de los problemas psicológicos, así como el de la
formulación de sus resultados se tornan cada vez más adecuados.
Acaso nunca
pretenda constituir un sistema. Realmente, en todos los campos científicos los
sistemas son anacrónicos. Reunimos nuestros hechos de observación, y de tiempo
en tiempo seleccionamos un grupo y extraemos ciertas conclusiones generales. En
unos pocos años, al acumular nuevos hechos de experiencia con mejores métodos,
también habrá que modificar estas conclusiones generales de ensayo. Todo campo
científico —la zoología, la fisiología, la química y la física—, se encuentra
en estado de flujo. La técnica y la tentativa de consolidarlos en una teoría o
en una hipótesis, describen nuestro procedimiento científico. Juzgado sobre
esta base, el conductismo constituye una verdadera ciencia natural.
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