Ello, yo y superyó
El superyó
Es
una instancia crítica, disociada del yo, al cual valora críticamente tomándolo
a éste como objeto.
Siguiendo
a Freud, define al superyó de la siguiente manera:
“…pero
es más prudentemente dejar independiente esta instancia y suponer que la
consciencia (moral) es una de sus funciones, y otra la autobservación,
indispensable como premisa de la actividad juzgadora de esta consciencia. Y
como el reconocimiento de una existencia independiente exige existencia
independiente en el yo, el nombre de superyó”.
Es
decir, a la vez de tener funciones de prohibición esta instancia corresponde
como mencionamos anteriormente el ideal del yo con el cual el yo se compara y
al cual aspira y cuya demanda de perfección siempre creciente se esfuerza por
satisfacer.
El ideal del yo no es, ni más ni menos, que el
residuo de la anterior representación de los padres; la consecuencia
intrapsíquica de la admiración ante la
perfección que el niño les atribuía en su primera infancia.
La represión de la cual hablábamos a propósito
de la primera tópica, es ahora del superyó, el cual la lleva a cabo por el
mismo, o por medio del yo obediente a sus mandatos, sin que el individuo tenga
consciencia de ello, ya que como el mismo Freud plantea: “determinadas partes
del superyo y el yo mismo permanecen inconscientes”.
Ahora
bien, el niño no nace con una
consciencia moral innata, es decir, en un principio, en su primera infancia,
nada puede inhibir sus tendencias, la satisfacción de sus deseos, su
disposición al placer. El primer obstáculo para la satisfacción está entonces
en la autoridad de los padres. En un segundo momento, cuando se interioriza,
esta prohibición que fuera en un primer momento externa, pasa el superyó a
desempeñar el papel de esa instancia parental.
Dice
Freud: “El superyó, que de este modo se arroga el poder, la función y hasta los
métodos de la instancia parental, no es tan sólo el sucesor legal, sino también
el heredero legítimo de ella”.
Volvemos
entonces a la identificación. El
niño asimila a su yo un yo extraño, en un principio, de los padres, luego de
otras personas, educadores, figuras de autoridad, a toda persona que pueda
servir como modelo ideal.
Dice
Freud: “normalmente el superyó se aleja cada vez más de los primitivos
individuos parentales, haciéndose, por decirlo así más impersonal”.
Aun
en el momento en que el Complejo de Edipo deja lugar al superyó, su heredero
natural, el niño sigue considerando a sus padres como extraordinarios, de modo
que no sólo es una instancia prohibidora, como decíamos, sino que configura
también para el yo un ideal.
El ello
Al
ello corresponde todo lo reprimido, pero esto es sólo una parte. El ello, por
así decirlo, se llena de energía a partir de las pulsiones; es el representante
pulsional. No existe en él la contradicción; las emociones o representaciones
más contradictorias se entremezclan entre sí sin negarse mutuamente.
Por
otra parte el espacio y el tiempo no existen como tales en el ello, a
consecuencia de la represión son de algún modo, inmutables y atemporales.
El
ello es refractario a todo juicio valorativo, es decir que no existen para él
el bien y el mal; en otras palabras es amoral, por así decirlo.
Funciona
de acuerdo con el principio del placer y labora de acuerdo a los mecanismos de
desplazamiento y condensación que describimos como características del sistema
inconsciente en la primera tópica.
El yo
El yo
está relacionado de algún modo con lo que en el esquema es el sistema P
(percepción), o sea la parte más superficial de este aparato.
El
sistema P sería el encargado de las relaciones con el exterior, dada su
orientación, y posibilita la transmisión de las impresiones recibidas del
mismo.
Dice
Freud: “El yo es aquella parte del ello que fue modificada por la influencia
del mundo exterior, dispuesta a recibir los estímulos y servir de protección
contra ellos, siendo así comparable a la capa cortical de la que se rodea un
modulo de sustancia viva”.
El yo
tiene como una de sus funciones representarle el mundo externo al ello, por lo
tanto media entre ésta y aquel, observa el mundo y conserva su imagen entre sus
recuerdo de percepción.
El yo
va a funcionar de acuerdo al principio de realidad de forma tal de reemplazar
el principio de placer, y si es necesario dominarlo. En contraste con el ello,
representante de las pulsiones, el yo es el encargado de la razón y reflexión.
El yo
debe satisfacer de algún modo las demandas pulsionales del ello, mediante la
creación de compromisos en función de las circunstancias propicias que se
presentan en la realidad.
Dice
Freud: “Podemos pues comparar al yo en su relación con el ello, con el jinete
que rige y refrena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la
diferencia que el jinete lleva esto a cabo con sus propias energías, y el yo lo
hace con energía prestada.
Pero
así también como el jinete se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde
el caballo quiere, así también el yo se nos muestra en ocasiones forzado en
transformar en acción la voluntad del ello, como si fuera la suya propia”.
Para
concluir es importante hacer referencia tanto a las relaciones entre estas tres
instancias como entre la primera y la segunda tópica.
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