martes, 3 de noviembre de 2015

El aparato psíquico: ello, yo superyo



Ello, yo y superyó

El superyó

Es una instancia crítica, disociada del yo, al cual valora críticamente tomándolo a éste como objeto.
Siguiendo a Freud, define al superyó de la siguiente manera:
“…pero es más prudentemente dejar independiente esta instancia y suponer que la consciencia (moral) es una de sus funciones, y otra la autobservación, indispensable como premisa de la actividad juzgadora de esta consciencia. Y como el reconocimiento de una existencia independiente exige existencia independiente en el yo, el nombre de superyó”.

Es decir, a la vez de tener funciones de prohibición esta instancia corresponde como mencionamos anteriormente el ideal del yo con el cual el yo se compara y al cual aspira y cuya demanda de perfección siempre creciente se esfuerza por satisfacer.
El ideal del yo no es, ni más ni menos, que el residuo de la anterior representación de los padres; la consecuencia intrapsíquica  de la admiración ante la perfección que el niño les atribuía en su primera infancia.

La represión de la cual hablábamos a propósito de la primera tópica, es ahora del superyó, el cual la lleva a cabo por el mismo, o por medio del yo obediente a sus mandatos, sin que el individuo tenga consciencia de ello, ya que como el mismo Freud plantea: “determinadas partes del superyo y el yo mismo permanecen inconscientes”.
Ahora bien,  el niño no nace con una consciencia moral innata, es decir, en un principio, en su primera infancia, nada puede inhibir sus tendencias, la satisfacción de sus deseos, su disposición al placer. El primer obstáculo para la satisfacción está entonces en la autoridad de los padres. En un segundo momento, cuando se interioriza, esta prohibición que fuera en un primer momento externa, pasa el superyó a desempeñar el papel de esa instancia parental.
Dice Freud: “El superyó, que de este modo se arroga el poder, la función y hasta los métodos de la instancia parental, no es tan sólo el sucesor legal, sino también el heredero legítimo de ella”.
Volvemos entonces a la identificación. El niño asimila a su yo un yo extraño, en un principio, de los padres, luego de otras personas, educadores, figuras de autoridad, a toda persona que pueda servir como modelo ideal.
Dice Freud: “normalmente el superyó se aleja cada vez más de los primitivos individuos parentales, haciéndose, por decirlo así más impersonal”.

Aun en el momento en que el Complejo de Edipo deja lugar al superyó, su heredero natural, el niño sigue considerando a sus padres como extraordinarios, de modo que no sólo es una instancia prohibidora, como decíamos, sino que configura también para el yo un ideal.

El ello

Al ello corresponde todo lo reprimido, pero esto es sólo una parte. El ello, por así decirlo, se llena de energía a partir de las pulsiones; es el representante pulsional. No existe en él la contradicción; las emociones o representaciones más contradictorias se entremezclan entre sí sin negarse mutuamente.
Por otra parte el espacio y el tiempo no existen como tales en el ello, a consecuencia de la represión son de algún modo, inmutables y atemporales.
El ello es refractario a todo juicio valorativo, es decir que no existen para él el bien y el mal; en otras palabras es amoral, por así decirlo.
Funciona de acuerdo con el principio del placer y labora de acuerdo a los mecanismos de desplazamiento y condensación que describimos como características del sistema inconsciente en la primera tópica.

El yo

El yo está relacionado de algún modo con lo que en el esquema es el sistema P (percepción), o sea la parte más superficial de este aparato.
El sistema P sería el encargado de las relaciones con el exterior, dada su orientación, y posibilita la transmisión de las impresiones recibidas del mismo.
Dice Freud: “El yo es aquella parte del ello que fue modificada por la influencia del mundo exterior, dispuesta a recibir los estímulos y servir de protección contra ellos, siendo así comparable a la capa cortical de la que se rodea un modulo de sustancia viva”.

El yo tiene como una de sus funciones representarle el mundo externo al ello, por lo tanto media entre ésta y aquel, observa el mundo y conserva su imagen entre sus recuerdo de percepción.
El yo va a funcionar de acuerdo al principio de realidad de forma tal de reemplazar el principio de placer, y si es necesario dominarlo. En contraste con el ello, representante de las pulsiones, el yo es el encargado de la razón y reflexión.

El yo debe satisfacer de algún modo las demandas pulsionales del ello, mediante la creación de compromisos en función de las circunstancias propicias que se presentan en la realidad.

Dice Freud: “Podemos pues comparar al yo en su relación con el ello, con el jinete que rige y refrena la fuerza de su cabalgadura, superior a la suya, con la diferencia que el jinete lleva esto a cabo con sus propias energías, y el yo lo hace con energía prestada.
Pero así también como el jinete se ve obligado alguna vez a dejarse conducir a donde el caballo quiere, así también el yo se nos muestra en ocasiones forzado en transformar en acción la voluntad del ello, como si fuera la suya propia”.

Para concluir es importante hacer referencia tanto a las relaciones entre estas tres instancias como entre la primera y la segunda tópica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario