Un poco de historia de la
salud y enfermedad
El discurso científico en el siglo XIX. Su concepción anatomoclínica.
Se crean cátedras clínicas debido a que la
enfermedad y la muerte son grandes maestras, y las lecciones que allí se pueden
extraer no pueden encontrarse en otro lado.
Los enfermos pobres, carentes de recursos,
recibirán atención médica siempre y cuando acepten convertirse en espectáculo.
Los enfermos ricos, sostendrán estas instituciones, puesto que allí se producen los conocimientos que el de mañana su propio cuerpo puede requerir. De aquello que puede estudiarse en el lecho del enfermo dependerá su futura suerte. Para los menesterosos es el interés que deben pagar por ser atendidos: Por un lado es en interés de la ciencia, y por otro, por la salud de aquellos que sostienen con su bolsillo el funcionamiento del hospital.
Los enfermos ricos, sostendrán estas instituciones, puesto que allí se producen los conocimientos que el de mañana su propio cuerpo puede requerir. De aquello que puede estudiarse en el lecho del enfermo dependerá su futura suerte. Para los menesterosos es el interés que deben pagar por ser atendidos: Por un lado es en interés de la ciencia, y por otro, por la salud de aquellos que sostienen con su bolsillo el funcionamiento del hospital.
Y en este campo donde el saber se reorganiza,
la mirada tiene la función de entender un lenguaje, allí donde lo que se
percibe es un espectáculo.
Si las teorías mueren en el lecho del enfermo,
como sostenía la escuela de Cos frente a la de Cnido, en la Grecia clásica e
Hipócrates, basándose en su método la observación cuidadosa de casos, se hacía
indispensable una mirada capaz de observar y descifrar el lenguaje de los
síntomas.
Para Foulcault, si la observación comprende el
lenguaje de la naturaleza, la experimentación la interroga. Pero entre la
observación de aquello que se ofrece como espectáculo y el desciframiento de un
lenguaje hay un salto, una ruptura.
Sólo se puede interrogar en el mismo idioma en
que la naturaleza habla. Y ello requiere un aprendizaje. Se interroga al cuerpo
a través de instrumentos que son los sentidos. La mirada ya no busca por detrás
de lo sensible la esencia misma de la enfermedad sino que “se extiende sobre un
campo abierto donde va registrando y totalizando a través de una lectura que comprende
un antes y un después; se despliega en un mundo que es el del lenguaje como
forma privilegiada del decir en el sentido de lo que está dicho (las
organizaciones inmanentes a las que dirige su mirada) y lo que se dice (el
nombre con que las reconstruye); el vistazo se dirige a un punto central, traza
una línea que deslinda lo esencial, supera la apariencia de lo sensible.
Ya no es la mirada que trata de escuchar un
lenguaje, sino el índice que denuncia y destruye mitos. Los médicos utilizarán
permanentemente la metáfora del tacto para definir el vistazo. Se inaugura un
nuevo espacio, el espacio del cuerpo en su opacidad, en su secreto, donde se
ocultan lesiones invisibles a las cuales sólo a través de la autopsia se podrá
acceder. Todas estas modificaciones de la clínica han preparado el campo de la
anatomía patológica. Es la ruptura en la tradición de la medicina occidental,
que realiza Bichar, famoso anatomista”
Desde que Cabanis dijo: “La naturaleza ha
querido que la fuente de nuestros conocimientos fuera la misma que la de la
vida”. O sea que equipara el saber de la vida con la misma vida, el salto
teórico es inmenso.
La vida ahora es un oscurecimiento ante lo que
la muerte es capaz de revelar. El saber de la vida sólo es posible a partir de
su destrucción. El secreto que la vida encierra será develado con la muerte.
Decía Bichar: “Usted podría tomar durante
veinticinco años de la mañana a la noche notas en el lecho de los enfermos
sobre afecciones del corazón, los pulmones, de la víscera gástrica, y todo no
será sino confusión de los síntomas que, no vinculándose a nada, le ofrecerán
una serie de fenómenos incoherentes. Abrid algunos cadáveres: veréis
desaparecer enseguida la oscuridad que l observación sola no habría podido
disipar…”
Pero esta supresión del individuo posibilita
el primer discurso científico sobre éste desprendiéndose la enfermedad de la
metafísica del mal que traía sobre sí desde tiempos remotos. La enfermedad
puede ser descifrada desde la muerte, al lenguaje y la mirada. Y así como la
psicología nace de la sinrazón, o sea de la conducta humana en tanto se torna
problemática, la ciencia del individuo nace con la anatomía clínica que trabaja
sobre los cadáveres.
Detrás de las membranas del cuerpo, la mirada
persigue la lesión que sería posible descubrir con la necropsia. Pero hay
enfermedades muy de modo hacia mediados, fines del siglo XIX que no descubren
huella orgánica alguna. Y entre ellas encontramos la histeria, debida en gran
parte a los cambios sociales que se han producido en este siglo. La producción
en serie transforma al hombre en engranaje dentro de una gran maquinaria. La
moral victoriana supone también un modelo mecánico donde las pasiones no tienen
cabida. La enfermedad mental se extiende y la concepción anatomo-clínica no puede
explicarla. Lo que organiza el discurso anatomo-clínico es el imperio de la
mirada. La verdad que se articula en el síntoma de las neurosis requiere de
otra estructura. El síntoma habla su propia lengua. Sólo podrá ser descifrado
si hay escucha.
Charcot supone que si bien no es posible
hallar lesión alguna en la necropsia de la histérica, dado que la paraplejia
histérica repite el cuadro de la paraplejia por lesión orgánica espinal, es
posible suponer que en la médula del histérico se ha producido una lesión
pasajera, mínima capaz de regresión inmediata, pero lesión, ni menos material
ni menos exquisitamente localizada.
En 1884 llega a París, atraído por el
prestigio que rodea a Charcot, un joven neurólogo vienés, llamado Sigmund
Freud, durante 1885 y 1886 Freud acude a la clínica de Salpetriere, donde las
histéricas llenan las salas. El gran neuropatólogo francés logra probar, entre
otros importantes hallazgos, debidos a continuas observaciones clínicas y
experimentos de estímulos y extirpación realizados en sujetos vivos, con
ocasión de intervenciones quirúrgicas, que el tercio medio de las
circunvoluciones centrales integraban el centro correspondiente a las
extremidades superiores y el tercio superior, el de las inferiores, existiendo
una ordenación horizontal de la región motora y no ordenación vertical como se
suponía con anterioridad a este descubrimiento.
Charcot le encarga a Freud la tarea de
realizar un estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas y las
parálisis motrices orgánicas y las parálisis histéricas, trabajo que escribirá
entre 1892 y 1899. Su concepción en ese momento diferirá ampliamente de las
hipótesis de Charcot mencionadas más arriba.
Dice Freud: “(…) Charcot afirma repetidamente
que se trata de una lesión cortical, pero puramente dinámica o funcional. Es esta
una tesis que se comprende bien el lado negativo. Equivale a afirmar que en la
autopsia no se hallará modificación alguna apreciable en los tejidos. Pero desde
un punto de vista más positivo su interpretación está muy lejos de hallarse
exenta de equívocos. ¿Qué es, en efecto, una lesión dinámica?... La lesión dinámica,
es, desde luego, una pero una lesión de la cual no se encuentra en el cadáver huella
alguna, como un edema, una anemia o una hiperemia activa. Pero tales lesiones
existen y son verdaderamente lesiones orgánicas, aunque no persistan después de
la muerte y sean ligeras y fugaces. Es necesario que las parálisis producidas
por lesiones de este orden compartan en todo los caracteres de la parálisis
orgánicas…”
La lesión de la parálisis histérica debe ser
completamente independiente de la anatomía del sistema nervioso, puesto que la
histeria se comporta en sus parálisis y demás manifestaciones como si la anatomía
no existiese o como si no tuviese ningún conocimiento de ella. Muchos de los
caracteres de las parálisis histéricas justifican en verdad está afirmación. La
histeria ignora la distribución de los nervios, y de este modo no simula las parálisis
periférico espinales o de proyección. No conoce el quiasma de los nervios
ópticos y, por tanto, no produce la hemianopsia. Toma los órganos en el sentido
vulgar, popular, del hombre que llevan: La pierna es la pierna hasta la inserción
de la cadera, y el brazo es la extremidad superior, tal y como se dibuja bajo
los vestidos.
Ya no se trata del cuerpo de la concepción anatomoclínica.
El cuerpo que es posible disecar para hallar los huesos, músculos y articulaciones,
así como el recorrido nervioso… Está en juego un cuerpo otro, un cuerpo
imaginario, pero cuya efectividad se pone de manifiesto en los fenómenos de fragmentación
funcional propios de la histeria. Las zonas histerógenas como símbolos mnémicos…
Cuando el sujeto sea presionado en algna de ellas, no será el dolor sino el
placer lo que se dibuja en su rostro, porque allí lo que se metaforiza es de
otro orden que el cuerpo concreto que lo expresa. A través de la conversión, el
símbolo vuelve al cuerpo, y en ese lugar aparece un síntoma. El camino terapéutico
será encontrar las representaciones, las palabras a las que el síntoma
sustituye. Reinscribir una historia que no es evolutiva sino que está
atravesada por el deseo y que habla allí donde no se espera oír nada. Es un
discurso que se realiza a espaldas del yo y de la conciencia. De su supresión es
posible dar con el sentido de los síntomas, acceder desde ello a lo que en
ellos se habla desde otro lugar.
El cogito cartesiano ha sido destronado. A partir
desde este momento “Pienso, luego soy”, se ha transformado en “Soy donde no
pienso, pienso donde no soy”.
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