Historia de
la Psicología
El Epicureísmo
Contemporánea
de la escuela del Pórtico (estoicos), es otra escuela filosófica que fundó Epicuro, llamada Jardín, en Atenas.
Instalándola en el jardín de su propia casa, por eso el nombre. Su
significación es muy semejante a la estoica, aunque en el lenguaje de hoy en
día se entienda y no sin fundamento, por epicúreo algo opuesto a estoico. Si
esto suena a ascetismo, aquello sugiere una idea de placer, es más, de
refinamiento en el placer.
Diferencias
entre las dos escuelas
Comparte
Epicuro con los estoicos su aversión a las entidades metafísicas de Platón y
Aristóteles, para no admitir más que la realidad material y sensible.
Esto
le hace prescindir del plano metafísico y limitarse al cosmológico o físico.
Aquí admite una concepción más lógica que la de los estoicos, dentro de un
principio materialista.
No
es que todas las cosas debas ser concebidas con una naturaleza material, sino
que existen otras realidades que los átomos o partículas indivisibles de
materia, que sometidas a una causalidad ciega y necesaria, producen cuanto hay.
Teoría que actualiza las concepciones de Demócrito. Nosotros imaginamos al
mundo construido según un plan inteligente y suponemos que al obrar lo hacemos
en vista de un fin y libremente. El mundo es una inmensa estructura de átomos
materiales, sometida a leyes necesarias.
Con
esto pasa Epicúreo al problema práctico de la actitud que debe adoptar el
hombre ante ese acontecer necesario. Lo físico no constituye para él más que
una antesala de la ética, como sucedía a los estoicos. Pero enseguida se le
plantea una grave dificultad, para conciliar esta concepción física del
universo con la posibilidad de una ética.
Toda
ética se propone establecer normas para el ordenamiento de la conducta. Esto
supone la posibilidad en el sujeto moral, de acataras, de seguirlas, de
ajustarlas a sus actos; esto es la libertad. Si todo incluso el hombre es de
naturaleza material y obedece a leyes necesarias, ¿qué objeto o utilidad podrán
tener unas normas morales? Aquellos que actúan de un modo, o aquellos que
actúan de otro, lo harán porque así resulta la causalidad universal. Unos por
ejemplo, serán vulgo, y otros, sabios, irremediablemente por necesidad física.
Pero nadie se predique de otro modo, porque no existe indeterminación.
Entonces,
para conciliar la concepción determinista, con la posibilidad de una ética,
sostiene Epicuro, una teoría tan extraña como ilógica: lo que él llama
CLINAMEN, o ligera inclinación de los átomos en su caída. Un hombre que cae
desde lo alto de una casa no puede evitar la caída, pero puede imprimir un
movimiento a su cuerpo que lo haga caer más acá o más allá.
Algo
parecido supone Epicuro que puede acontecer en los átomos materiales que forman
al alma y en ella pretende formar una actuación material y una ética.
Sentadas
estas premisas, se pregunta Epicuro cuál será el fin que el hombre puede y debe
alcanzar en esta vida, es decir la desviación que el hombre puede caer a lo
largo de su existencia.
La
respuesta es para él un hecho de experiencia, que todos los hombres han tenido
siempre, acertada o erróneamente, consciente o inconscientemente, hacia el
placer.
La vida es para Epicuro siempre una fuente de placer, una
búsqueda de placer, o una condición para el placer futuro. Epicuro comienza así
haciendo una profesión del más alegre hedonismo, que es aquella doctrina ética
que establece el placer como bien supremo.
Divide
en primer lugar los placeres posibles en placeres corporales y placeres espirituales. ¿Cuáles
serán los inferiores y cuáles los deseables? Se decide primero por los
espirituales porque se pueden traer a voluntad y por lo tanto sujetan al hombre
a cosas exteriores. Pero los espirituales consisten para Epicuro en recordar,
imaginar o proyectar situaciones placenteras y esto no es posible si no existen
previamente unas auténticas y originales situaciones placenteras. Estas no
pueden consistir sino en los placeres del cuerpo.
Divide
luego, lo que llama placeres en “reposo” y placeres en movimiento”.
Son
“en movimiento” aquellos que experimenta el alma como algo agregado a su
naturaleza, algo que se ha de buscar en el exterior, porque no resulta de su
normal actividad.
El
placer de reposar tras la fatiga, el beber agua con sed, son típicos placeres
en reposo. Las drogas, el beber bebidas alcohólicas, son ejemplos de placeres
en movimiento.
Epicuro
opta por los placeres en reposo, porque los en movimiento, a la larga, producen
dolor, y convertidos en un hábito, esclavizan al alma, sometiéndola a las cosas
exteriores.
Y
aquí el mensaje y la conclusión del hedonismo de Epicuro: si los placeres
espirituales vienen a reducirse a los corporales y si en estos solo deben
admitirse por tales placeres, los en reposo, resultará que el único fin de la
vida es el placer derivado de satisfacer las necesidades elementales,
necesidades de la naturaleza. Lo cual exige del hombre un abstencionismo
ascético, una estricta austeridad.
El
sistema que empezó en un alegre hedonismo acaba en un riguroso ascetismo. Más
aún como al sabio Epicuro le falta aquella visión panteísta del mundo que
poseía el estoico no encuentra un verdadero e ilusionado objetivo a esta vida
escéptica a la que lo ha conducido su propio sistema y tampoco encuentra por lo
tanto a la vida misma.
Por
eso, pocos panegiristas han cantado a la muerte y al suicidio como Epicuro. De
este modo el mismo desarrollo de la ética epicúrea demuestra cómo el hedonismo
conduce por sí mismo a la desesperación y a la nada. Como no puede fundarse una
moral sobre el placer, que es sólo una reacción, un tono afectivo, que acompaña
los actos, pero nunca una realidad en sí misma, que pueda buscarse como
objetivo último.
El
tipo humano del sabio estoico y epicúreo no deja, sin embargo, de poseer cierta
grandeza. En él se expresa el cansancio decadente de vivir, la vejez digna y
orgullosa de una cultura ilustre.
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