martes, 22 de marzo de 2016

Salud y enfermedad: Un poco de historia




Un poco de historia 
resultado de la imagen de imagenes de Enfermedad mental,


La psicopatología surge como parte de la misma medicina clasificadora que florece en el siglo XVIII. 

La enfermedad, antes de ser patrimonio de un enfermo, tiene su ubicación en un “cuadro”, donde está ordenada jerárquicamente en familias, géneros y especies. Y este espacio ordenado, que, si bien tiene un fin didáctico, es más que eso, una determinada configuración de la enfermedad y define una serie de relaciones fundamentales, es un espacio anterior a todas las percepciones. 


Cuando la enfermedad se hace presente en el espesor del cuerpo, antes que el descubrimiento de los síntomas por la mirada del médico, se produzca, se trata más bien de la concordancia con aquel espacio previo a cualquier fenómeno y que los gobierna a todos. Esto será definido como un saber opuesto al saber filosófico. 

Definición histórica de la enfermedad

Es histórico aquello que define a la enfermedad por los síntomas con que se presenta, a todo aquello que es dado a la mirada, ya sea antes o después.

Definición filosófica de la enfermedad

Lo filosófico, tiene que ver con las causas de la enfermedad. 

Por ejemplo: Fiebre, dificultad para respirar, tos y dolor de costado, son los cuatro fenómenos que caracterizan a la pleuritis, y constituyen su conocimiento histórico.

Se llamará filosófico, a la indagación en torno a las causas que pudieran haberla provocado. 

No está en juego un diferencia de causas o efectos lo que las distingue, sino el hecho de presentarse ante la mirada escrutadora del médico, antes o después. Así, la experiencia del médico está dada por una causa que se ve, o lo que más tarde se descubrirá como síntoma. No se analizan las determinaciones reciprocas ni el enlace temporal.

Especies de la enfermedad

Las especies de la enfermedad se estructuran del mismo modo que las especies botánicas que les ofrecen su modelo. Y así como el crecimiento, florecimiento y muerte siempre repetidas, hacen posible establecer una especie botánica, del mismo modo, la observación minuciosa de los síntomas que se hacen presente en un enfermo, permitirá establecer como propios de una determinada enfermedad.

El orden de la enfermedad es isomórfico al orden de la vida, y por intermedio de la primera se reconoce a la segunda, ya que es su ley la que posibilita el conocimiento de la enfermedad en tanto que lo funda.
Estas especies, aúnan a la vez el hecho de ser naturales e ideales. Naturales en la medida en que no han surgido sino como descripción de lo que se ve, de lo que está ahí, e ideales, por cuanto en las naturales no se dan puras, sin modificación ni desorden.

La pureza que posee en el cuadro nosológico encuentra su primer obstáculo en el enfermo, el que impone modificaciones según su edad, sexo, su modo de vida y predisposición. Por lo que resulta imprescindible para el médico, hacer una abstracción de todo aquello que en el paciente empaña la mirada que lo atraviesa. 

Es necesario el conocimiento de la estructura interna del cuerpo, pero para poder efectuar una sustracción y liberar así la mirada.

“El conocimiento y el éxito de la curación depende de un conocimiento exacto de la enfermedad”; por lo cual el médico no buscará el cuerpo positivo que le ofrece el enfermo, sino los aspectos parciales que están considerados en el espacio de la nosología; tomará entonces algunos aspectos y dejará de lado otros, donde aparezcan como un negativo “los signos que diferencian una enfermedad de otra la verdadera de la falsa, la legítima de la bastarda, la maligna de la benigna”. Vemos que, entonces, no es la enfermedad como una contra-naturaleza la que se opone a la vida sino el enfermo con sus peculiaridades en relación a la misma enfermedad. Pero también el médico debe ajustarse al ordenamiento nosológico para no practicar una intervención violenta, que confunda el cuadro. No hay espacio posible ni para el enfermo real que se oculta detrás de esta “reja” ni para el médico que no puede cometer indiscreciones.
Ambos se toleran como obstáculos difícilmente superables y el papel de la medicina consiste en, paradójicamente, neutralizar la figura de uno y otro, para que desde el silencio proveniente de cada lugar, donde media el máximo de distancia posible, y el vacío que se abre entre ambos, la figura esencial de la enfermedad pueda hacer su impecable aparición, en un cuadro “inmóvil, simultáneo, sin espesor ni secretos, donde el reconocimiento se abre por sí mismo, sobre el orden de las esencias”.
Y si el conocimiento de las causas está del lado de lo oculto del conocimiento filosófico, opuesto al histórico, todo aquello que no sea como de a ese espacio llamo como los espesores, el tiempo y las causas de los síntomas, serán tomados como signos pero carentes de significación o de relieve. Se trata entonces, de una mirada cuya estructura es circular, paradójica y autodestructiva.

Si la enfermedad en el espacio de la nosología pertenece a una familia y se define por su posición, ¿cómo va a ser caracterizada por la sede que ocupa en un organismo? A este problema se lo ha denominado especialización secundaria de lo patológico. Nuevamente nos encontramos con dos espacios que se deslizan unos sobre otros. El espasmo tendrá una localización diferente según el tipo de sujetos que afecte. Se hablará de espasmo visceral en los sujetos linfáticos y espasmo cerebral en los sanguíneos. Pero siempre se trata de espasmo. La configuración patológica esencial permanece igual. Y los órganos no son sino los soportes concretos; lejos está de concebírselos como la condición indispensable de la enfermedad.

La enfermedad así concebida circula por un espacio donde sufre metástasis y metamorfosis. Por ejemplo, la hemorragia cerebral puede surgir como modificación de una hemorragia nasal. Lo que subsiste por debajo de las transformaciones, es el derrame sanguíneo. La enfermedad transmite a los puntos de contacto entre el organismo y la enfermedad, cualidades especificas, según un principio regional.

De este modo el cerebro de los maniacos es ligero, seco, desmenuzable si la manía es caracterizada como una enfermedad viva, cálida y explosiva; el de los tísicos será exagüe, languidecente debido aunque la tisis es una enfermedad alineada dentro de la clase genera de las hemorragias.

La enfermedad así se convierte en una suma de cualidades que se apoya en un órgano que le sirve como soporte a sus síntomas. Y si es un conjunto de cualidades, la mirada se vuelve cualitativa, en tanto la relación cuerpo-enfermedad está determinada por la cualidad, entonces, distinguir la pleuresis de la tisis, por la inflamación seca de los pulmones, o un derrame seroso. Las convulsiones de la epilepsia de un hipocondriaco con las vísceras obstruidas. Y podemos ver entonces dos elementos en juego: Por un lado, que la búsqueda de la cualidad debe volverse hacia los individuos, los mismos que antes surgían como obstáculos a superar. Es posible decir entonces que, en la especialización primaria de la enfermedad, el estatuto del individuo es negativo. En la secundaria, ésta exige una mirada aguda sobre el individuo, soporte de cualidades que revelan el secreto de la enfermedad que en él se oculta.
Y por otro lado, asistimos en esta enumeración de cualidades, la impregnación de elementos imaginarios de los que se nutre la nosología.
                   
Lo que caracteriza esta situación que encontramos en el siglo XVIII, es que la nosografía se constituye no por una rigurosa observación de los síntomas, sino más bien siguiendo un camino intermedio entre la observación de los síntomas y por cualidades que intercalan desde distintas teorías, y en el terreno especifico de la psicopatología, estas cualidades, de los líquidos y sólidos del organismo, de  las cualidades de los vapores químicos, etc., primero es transferido a la enfermedad psíquica (como ya lo veremos) así como acabamos de verlo en la clínica médica, fijado en calidad de síntomas.

La histeria sobre todo, durante mucho tiempo, vagará entre las discusiones de los autores para hallar un lugar definido en las nosografías. 

En el siglo XVII quedará definitivamente incorporada a la patología del espíritu aunque se reconozca el cuerpo como el lugar que la imaginación emplea como escenario del drama que se desarrolla.

Una de las teorías que se habían barajado en el siglo XVII fue la del calor interno, que se manifestaba a través de las convulsiones. Así la histeria va a quedar asociada a algo caliente. Así afirma un autor de la época: “…su rostro es semejante a unos alambiques colocados sobre unos hornillos de tal modo que no se ve el fuego desde afuera; pero si miráis debajo del alambique, y ponéis la mano sobre el corazón de las damas, encontrareis en ambos sitios un gran brasero”.
Estamos, más ante una imagen caliente de la histeria, cómo señala Foulcault, ante una referencia imaginaria que ante definición alguna ni tampoco síntoma

No hay comentarios:

Publicar un comentario