Un poco de historia
La psicopatología surge como parte
de la misma medicina clasificadora que florece en el siglo XVIII.
La enfermedad, antes de ser patrimonio de un enfermo,
tiene su ubicación en un “cuadro”, donde está ordenada jerárquicamente en
familias, géneros y especies. Y este espacio ordenado, que, si bien tiene un
fin didáctico, es más que eso, una determinada configuración de la enfermedad y
define una serie de relaciones fundamentales, es un espacio anterior a todas
las percepciones.
Cuando la enfermedad se hace presente en el espesor del
cuerpo, antes que el descubrimiento de los síntomas por la mirada del médico, se produzca, se trata más bien de la concordancia con aquel espacio previo a cualquier
fenómeno y que los gobierna a todos. Esto será definido como un saber opuesto al saber filosófico.
Definición histórica de la enfermedad
Es histórico aquello que define a la enfermedad por los síntomas con que se presenta, a todo aquello que es dado a la mirada, ya sea antes o después.
Definición histórica de la enfermedad
Es histórico aquello que define a la enfermedad por los síntomas con que se presenta, a todo aquello que es dado a la mirada, ya sea antes o después.
Definición filosófica de la enfermedad
Lo filosófico, tiene que ver con las causas de la enfermedad.
Lo filosófico, tiene que ver con las causas de la enfermedad.
Por ejemplo: Fiebre, dificultad para respirar, tos y dolor de costado, son los cuatro fenómenos que caracterizan a la pleuritis, y constituyen su conocimiento histórico.
Se llamará filosófico, a la indagación en torno a las causas que pudieran
haberla provocado.
No está en juego un diferencia de causas o efectos lo que las distingue, sino el hecho de presentarse ante la mirada escrutadora del médico, antes o después. Así, la experiencia del médico está dada por una causa que se ve, o lo que más tarde se descubrirá como síntoma. No se analizan las determinaciones reciprocas ni el enlace temporal.
No está en juego un diferencia de causas o efectos lo que las distingue, sino el hecho de presentarse ante la mirada escrutadora del médico, antes o después. Así, la experiencia del médico está dada por una causa que se ve, o lo que más tarde se descubrirá como síntoma. No se analizan las determinaciones reciprocas ni el enlace temporal.
Especies de la enfermedad
Las especies de la enfermedad se estructuran del mismo modo que las especies botánicas que les ofrecen su modelo. Y así como el crecimiento, florecimiento y muerte siempre repetidas, hacen posible establecer una especie botánica, del mismo modo, la observación minuciosa de los síntomas que se hacen presente en un enfermo, permitirá establecer como propios de una determinada enfermedad.
El
orden de la enfermedad es isomórfico al orden de la vida, y por intermedio de la primera se
reconoce a la segunda, ya que es su ley la que posibilita el conocimiento de la
enfermedad en tanto que lo funda.
Estas especies, aúnan a la vez el hecho de ser naturales e ideales.
Naturales en la medida en que no han surgido sino como descripción de lo que se
ve, de lo que está ahí, e ideales, por cuanto en las naturales no se dan puras,
sin modificación ni desorden.
La pureza que posee en el cuadro nosológico
encuentra su primer obstáculo en el enfermo, el que impone modificaciones según
su edad, sexo, su modo de vida y predisposición. Por lo que resulta
imprescindible para el médico, hacer una abstracción de todo aquello que en el
paciente empaña la mirada que lo atraviesa.
Es necesario el conocimiento de la estructura interna del cuerpo, pero para poder efectuar una sustracción y liberar así la mirada.
Es necesario el conocimiento de la estructura interna del cuerpo, pero para poder efectuar una sustracción y liberar así la mirada.
“El conocimiento y el éxito de la curación depende de un conocimiento exacto
de la enfermedad”; por lo cual el médico no buscará el cuerpo positivo que le
ofrece el enfermo, sino los aspectos parciales que están considerados en el
espacio de la nosología; tomará entonces algunos aspectos y dejará de lado
otros, donde aparezcan como un negativo “los signos que diferencian una
enfermedad de otra la verdadera de la falsa, la legítima de la bastarda, la
maligna de la benigna”. Vemos que, entonces, no es la enfermedad como una
contra-naturaleza la que se opone a la vida sino el enfermo con sus
peculiaridades en relación a la misma enfermedad. Pero también el médico debe
ajustarse al ordenamiento nosológico para no practicar una intervención
violenta, que confunda el cuadro. No hay espacio posible ni para el enfermo
real que se oculta detrás de esta “reja” ni para el médico que no puede cometer
indiscreciones.
Ambos se toleran como obstáculos difícilmente superables y el papel de la
medicina consiste en, paradójicamente, neutralizar la figura de uno y otro,
para que desde el silencio proveniente de cada lugar, donde media el máximo de
distancia posible, y el vacío que se abre entre ambos, la figura esencial de la
enfermedad pueda hacer su impecable aparición, en un cuadro “inmóvil,
simultáneo, sin espesor ni secretos, donde el reconocimiento se abre por sí
mismo, sobre el orden de las esencias”.
Y si el conocimiento de las causas está del lado de lo oculto del
conocimiento filosófico, opuesto al histórico, todo aquello que no sea como de
a ese espacio llamo como los espesores, el tiempo y las causas de los síntomas,
serán tomados como signos pero carentes de significación o de relieve. Se trata
entonces, de una mirada cuya estructura es circular, paradójica y
autodestructiva.
Si la enfermedad en el espacio de la nosología pertenece a una familia y se define por su posición, ¿cómo va a ser caracterizada por la sede que ocupa en un organismo? A este problema se lo ha denominado especialización secundaria de lo patológico. Nuevamente nos encontramos con dos espacios que se deslizan unos sobre otros. El espasmo tendrá una localización diferente según el tipo de sujetos que afecte. Se hablará de espasmo visceral en los sujetos linfáticos y espasmo cerebral en los sanguíneos. Pero siempre se trata de espasmo. La configuración patológica esencial permanece igual. Y los órganos no son sino los soportes concretos; lejos está de concebírselos como la condición indispensable de la enfermedad.
La enfermedad así concebida circula por un espacio donde sufre metástasis
y metamorfosis. Por ejemplo, la hemorragia cerebral puede surgir como
modificación de una hemorragia nasal. Lo que subsiste por debajo de las
transformaciones, es el derrame sanguíneo. La enfermedad transmite a los puntos
de contacto entre el organismo y la enfermedad, cualidades especificas, según
un principio regional.
De este modo el cerebro de los maniacos es ligero, seco, desmenuzable si
la manía es caracterizada como una enfermedad viva, cálida y explosiva; el de
los tísicos será exagüe, languidecente debido aunque la tisis es una enfermedad
alineada dentro de la clase genera de las hemorragias.
La enfermedad así se convierte en una suma de cualidades que se apoya en
un órgano que le sirve como soporte a sus síntomas. Y si es un conjunto de
cualidades, la mirada se vuelve cualitativa, en tanto la relación
cuerpo-enfermedad está determinada por la cualidad, entonces, distinguir la
pleuresis de la tisis, por la inflamación seca de los pulmones, o un derrame
seroso. Las convulsiones de la epilepsia de un hipocondriaco con las vísceras
obstruidas. Y podemos ver entonces dos elementos en juego: Por un lado, que la
búsqueda de la cualidad debe volverse hacia los individuos, los mismos que
antes surgían como obstáculos a superar. Es posible decir entonces que, en la
especialización primaria de la enfermedad, el estatuto del individuo es
negativo. En la secundaria, ésta exige una mirada aguda sobre el individuo,
soporte de cualidades que revelan el secreto de la enfermedad que en él se
oculta.
Y por otro lado, asistimos en esta enumeración de cualidades, la
impregnación de elementos imaginarios de los que se nutre la nosología.
Lo que caracteriza esta situación que encontramos en el siglo XVIII,
es que la nosografía se constituye no por una rigurosa observación de los
síntomas, sino más bien siguiendo un camino intermedio entre la observación de
los síntomas y por cualidades que intercalan desde distintas teorías, y en el
terreno especifico de la psicopatología, estas cualidades, de los líquidos y
sólidos del organismo, de las cualidades
de los vapores químicos, etc., primero es transferido a la enfermedad psíquica
(como ya lo veremos) así como acabamos de verlo en la clínica médica, fijado en
calidad de síntomas.
La histeria sobre todo, durante mucho tiempo, vagará
entre las discusiones de los autores para hallar un lugar definido en las
nosografías.
En el siglo XVII quedará definitivamente incorporada a la
patología del espíritu aunque se reconozca el cuerpo como el lugar que la
imaginación emplea como escenario del drama que se desarrolla.
Una de las teorías que se habían barajado en el siglo XVII fue la
del calor interno, que se manifestaba a través de las convulsiones. Así la
histeria va a quedar asociada a algo caliente. Así afirma un autor de la época:
“…su rostro es semejante a unos alambiques colocados sobre unos hornillos de
tal modo que no se ve el fuego desde afuera; pero si miráis debajo del
alambique, y ponéis la mano sobre el corazón de las damas, encontrareis en
ambos sitios un gran brasero”.
Estamos, más ante una
imagen caliente de la histeria, cómo señala Foulcault, ante una
referencia imaginaria que ante definición alguna ni tampoco síntoma
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