La clínica del siglo XVIII
Señalábamos, en otros apuntes, que la espacialización secundaria
exige una mirada sobre el individuo que conduce al estrechamiento de la relación
médico paciente.
La clínica, entonces, en el siglo XVIII,
aparece como el tiempo positivo del saber, así como todo lo que
perteneciera a los sistemas constituye su tiempo negativo.
En la antigüedad
los jóvenes médicos aprendían al lado de sus maestros, junto al lecho del
enfermo e Hipócrates mantuvo en armonía la observación y la teorización, fue el
último en hacer esto.
Después, la filosofía se introduce en la
medicina y con ella los sistemas.
El saber se transforma en un saber ciego,
puesto que la observación es un estorbo, se trata de un saber sin mirada.
La práctica abreva en un saber esotérico, del
cual participan algunos privilegiados. La clínica retoma el contacto con
la verdad de origen, nunca la experiencia médica había puesto en duda el
estudio de casos y cantidades de documentos desde el Renacimiento, lo
confirman.
los establecimientos de salud a fines del siglo XVIII
Pero a fines del siglo XVIII, los
establecimientos clínicos adquieren una enorme importancia.
No toman todo los
casos que se presentan sino que su función o el criterio según el cual seleccionaban
tenía por objeto hacer sensible y reunir el cuerpo organizado de la nosología.
Así, tal vez el ejemplo más tipificante sea el de la clínica de Edimburgo,
donde es posible encontrar reunidos los casos más adecuados para instruir.
La clínica, antes de ser encuentro entre
médico y enfermo, se constituye como campo nosográfico bien estructurado.
El
enfermo no es, sino el soporte de la enfermedad. Lo que a través del cuerpo
singular no hace sino enunciar su verdad. En el espesor del cuerpo lo percibido
no es sino lo que se nombra. Lo que allí, detrás del enfermo en el hospital, se
esconde es una palabra. No se trata del examen de un enfermo sino más
bien de un desciframiento.
La minuciosa investigación del estudiante, es
recompensada por la verdad sintética del lenguaje.
La enseñanza es la transmisión de un saber que
se transforma en empírico, si como dice Bachelard –el saber recibido es
psicológicamente empírico, el saber transmitido es racionalismo, en tanto es la
experiencia condensada psicológicamente de una experiencia anterior.
Vemos entonces en todos estos intentos de
explicación, de teoría que podemos considerar, siguiendo a Bachelard
pertenecientes a un estado pre-científico del conocimiento, la profusión de
imágenes características del primer obstáculo con que se encuentra el
conocimiento científico: la seducción de la observación básica. No habrá más
que describirla y maravillarse.
Bachelard llama a este primer estado del que
partiría el espíritu científico, el estado concreto; se apoya y se recrea con
las primeras imágenes del fenómeno. Le sirve de continente una literatura
filosófica que alaba la naturaleza y, simultáneamente, glorifica la unidad del
universo y a la diversidad de las cosas. Este sería uno de los primeros
obstáculos a vencer en la estructuración del espíritu científico: la
experiencia básica es decir, la experiencia colocada por encima y arriba de toda
crítica. Y que si no esta experiencia que deja afuera la crítica tiene que ver
con la opinión. La opinión no conoce que traduce necesidades en conocimientos y
por ello piensa mal.
Al pretender conocer un objeto por su utilidad
se prohíbe conocerlo. Lo que muestra que ningún conocimiento puede
fundamentarse sobre la opinión. Antes más bien es necesario destruirla, y surge
pues como el primer obstáculo a superar, “El espíritu científico nos impide
tener opinión sobre cuestiones que no comprendemos, sobre cuestiones que no
sabemos formular claramente. Ante todo es necesario plantear los problemas. Y
dígase lo que se quiera, en la vida científica los problemas no se plantean por
sí mismos. Es precisamente este sentido del problema el que indica el verdadero
espíritu científico. Para un espíritu científico todo conocimiento es una
respuesta a una pregunta. Si no hubo pregunta, no puede haber conocimiento
científico. Nada es espontáneo. Nada está de lado. Todo se construye… Un
obstáculo epistemológico se incrusta en el conocimiento no formulado…”.
De esta manera, un hábito de pensamiento, al
enquistarse puede trabar la investigación. Y así señala Bergson que nuestro espíritu tiene la tendencia a asociar claridad de una idea y utilidad de la
mima, se le adjunta a la misma un valor que no le es intrínseco. Adquiriendo de
ese modo una claridad abusiva. Con el uso las ideas se valorizan indebidamente,
“un valor en sí, se opone a la circulación de los valores. Es un factor de
inercia para el espíritu”.
A los ojos embobados de la experiencia básica,
el animismo que impregna las explicaciones que hemos leído ocupaban el siglo
XVII polemizando entre sí, a la profusión de imágenes se procede a la
generalización, a la creación del primer sistema que intenta dar cuenta de las
generalidades, primer aspecto. Esto se observa con claridad en los
experimentadores jóvenes tan dispuestos a observar lo real en función de sus
propias teorías.
Todo aquello que en lo real exceda la teoría
no será tomado en cuenta. Así lo real existe sólo en función de confirmar la
teoría. Y que, si esto es lo que hallamos en la modalidad clasificatoria del
siglo XVIII. En el ojo clínico que busca más allá del enfermo, la esencia de la
enfermedad, oscurecida, empañada por las características particulares de quien
la soporta.
“De la observación al sistema, se va así de
los ojos embobados a los ojos cerrados”. Y en esta oscilación con que tropieza
el epistemólogo, seguimos el movimiento de la cosa misma, del conocimiento ante
sus propios obstáculos. Parece una ley, un hecho de que los errores se
presentan como pares de obstáculos, al intentar vencer uno se caerá en el
opuesto. Esta regularidad en la dialéctica de los errores no parece provenir
del mundo objetivo sino de la actitud polémica del pensamiento frente al mundo
de la ciencia.
Todo ello no hace sino demostrarnos que el
conocimiento del objeto no es fácil ni inmediato y que implica el vencimiento y
la ruptura con obstáculos inherentes al pensamiento mismo.
La opinión, el conocimiento inmediato,
sensible, el pensamiento animista y sustancialista son todos obstáculos cuya
superación implica una verdadera ruptura epistemológica y no una continuidad
entre el conocimiento sensible y el conocimiento científico.
Desandar lo andado, reconstruir las
modalidades del pensamiento que
condujeron a la psiquiatría tradicional, a la psiquiatría clásica y dieron
lugar a los grandes cuadros psicopatológicos; antes de preguntarnos por los
métodos para acceder al dominio de un fenómeno, es imprescindible plantearse
con qué palabras está definido el fenómeno mismo.
Desde dónde es pensado no es indiferente para
la representación que del mismo nos hagamos.
No es lo mismo partir del Yo como heredero de
la Razón y trabajar contra lo patológico, estableciendo una alianza terapéutica
con el mismo que entenderlo como un obstáculo a vencer en el transcurso del
tratamiento, en tanto su función específica tiene que ver con la resistencia.
Este recorrido no tiene otro objetivo que
despejar los prejuicios que impregnan habitualmente los conocimientos
adquiridos.
La idea de partir del cero para fundar y
acrecentar sus bienes, no puede surgir sino en culturas de simple yuxtaposición,
en las que todo hecho conocido es inmediatamente una riqueza. Mas frente al
misterio de lo real el alma no puede, por decreto, torturarse ingenua, es
entonces imposible hacer, de golpe, tabla rasa de los conocimientos usuales. Frente
a lo real, lo que cree saberse claramente ofusca lo que debiera saberse.
Cuando se presenta ante la cultura científica,
el espíritu jamás es joven.
Hasta es muy viejo, pues tiene la edad de los
prejuicios, tener acceso a la ciencia es rejuvenecer espiritualmente, es
aceptar una mutación brusca que ha de contradecir a un pasado…” y sigue una dirección
de arriba abajo, desde el saber a la ignorancia del profesor a sus alumnos. Y en
lugar de descubrir a la mirada, es el arte de demostrar mostrando.
Foulcault cita en el “Nacimiento de la clínica”,
a M. Petit en “Elege de Desault”: “Ante los ojos de sus oyentes hacia traer los
enfermos más gravemente afectados, clasificaba sus enfermedades, analizaba las características
de cada una de ellas, trazaba la conducta a seguir, practicaba las operaciones
necesarias, daba cuenta de sus procedimientos y sus motivos, ilustraba cada día
los cambios acaecidos y presentaba en seguida el estado de las partes después de
la curación.
Es posible rastrear, detrás de la intención didáctica,
el reto que se acepta y que tiene en los alumnos a un jurado futuro. La naturaleza
dirá en última instancia si la descripción era correcta. Se enfrenta la palabra
sabia que designa y la naturaleza que posee su propio lenguaje. Los errores
suelen resultar más útiles que los aciertos por cuanto son la fuente de nuevos
conocimientos. Y la crónica de las comprobaciones tienen una forma mixta:
árbitro y neutro. Pero aun el siglo XVIII había hallado el modo de darle a ese
lenguaje, ni la gramática no la forma del discurso científico.
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